La noche envolvía el casino en un aura de misterio, y las luces de neón parpadeaban, reflejándose en las superficies de cristal y los espejos que adornaban el lugar. Allí se había reunido un grupo de Scathachs, clones del famoso guerrero y maestro de las runas.
Habían sido creados con un único propósito: complacer a su invocador. Sin embargo, algo en su programación y en las circunstancias había provocado una desviación. Al observar la violencia y el caos desatados por otros Scathachs en la ciudad, estos clones habían optado por tomar un camino diferente.
Estos Scathachs, en su mayoría jóvenes en sus vidas anteriores, aún conservaban fragmentos de inocencia y curiosidad latente. La orden de complacer a su invocador no tenía por qué significar necesariamente exhibiciones de fuerza o combate. ¿No podría haber otras formas de demostrar su lealtad, su devoción? Y así, llegaron a la idea de explorar una faceta que nunca habían considerado: su feminidad.
El casino, con sus luces vibrantes y su ambiente glamuroso, se convirtió en su refugio. Era el escenario perfecto para explorar esta nueva faceta suya. De pie ante los espejos del camerino, las Scathach empezaron a observar sus reflejos con atención, descubriendo cada una algo diferente en la imagen que les devolvía la mirada. Por primera vez, notaron el brillo de sus ojos carmesí, la elegancia de sus posturas, la forma en que sus cuerpos proyectaban una belleza que intimidaba y cautivaba a la vez.
En un rincón del camerino, encontraron una colección de trajes de conejo morados, a juego con sus intensas miradas y su larga melena púrpura. Aunque algunas dudaron al principio, la curiosidad acabó venciendo. Se prueban los trajes con nerviosismo, compartiendo risas y miradas socarronas. Con el tiempo, la incertidumbre se convirtió en confianza, y pronto cada una de ellas adoptó una postura elegante y segura frente al espejo, descubriendo una nueva forma de expresar su devoción.
A medida que se ajustaban los trajes, perfeccionaban sus sonrisas y practicaban miradas seductoras, las Scathach empezaron a sentirse más cómodas en sus nuevos papeles. No habían abandonado sus instintos guerreros, pero en aquel momento, sus lanzas y habilidades de combate eran irrelevantes. La lealtad que sentían se centraba en mostrar un lado más suave y coqueto sin renunciar a la fuerza que les definía.
Una de las Scathach, mirando su reflejo en el espejo, ensayó una suave pero intensa sonrisa, imaginando cómo podría reaccionar su invocadora al verla así. Sin necesidad de palabras, todas compartían el mismo pensamiento: su objetivo era complacerle, y habían encontrado una nueva forma de hacerlo. Su feminidad se convirtió en un arma adicional, una herramienta poderosa y sutil que utilizarían no para la guerra, sino para cumplir su propósito de una forma más completa.
Otra Scathach, que posaba ante los espejos, soltó una risita contenida mientras se ajustaba las orejas de conejo que llevaba en la cabeza. La mayoría nunca había pensado en su apariencia ni en la posibilidad de explotar su lado femenino. Sin embargo, en aquel casino, se sentían libres para descubrir partes de sí mismas que desconocían. No se trataba sólo de estar guapas; era una exploración de quiénes eran más allá de la guerra, más allá de la lealtad ciega a su invocador.
Así, con cada mirada, cada sonrisa y cada gesto practicados frente al espejo, las Scathach estaban formando una nueva identidad, una que combinaba la ferocidad de sus habilidades de combate con la delicadeza de su feminidad. En ese momento, no había necesidad de competir ni de luchar. Sabían que su invocador apreciaría esta nueva faceta de sí mismos, y se sentían orgullosos de su elección.
La noche continuó mientras los Scathach seguían perfeccionando su presencia en el casino. En sus mentes, el propósito seguía siendo el mismo: agradar. Pero ahora, habían encontrado una forma de hacerlo que no implicaba derramamiento de sangre ni demostraciones de fuerza. La devoción que sentían era profunda, ahora también elegante, seductora y femenina.
Cada Scathach se convirtió en una imagen de gracia y poder, dispuesta a cumplir su misión de una forma que nunca antes hubiera imaginado. En el casino, entre luces y espejos, su propósito se transformó en algo más sutil: una muestra de lealtad que trascendía la violencia, utilizando su recién descubierta feminidad como su arma de devoción más poderosa y silenciosa.
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