viernes, 14 de febrero de 2025

Feliz San valetin.

Esta historia la hice el año pasado pero; me hubiera gustado que fuera un poco más erotica.

Además de que fue basado de este comic.




San Valentí.

Entiendo mejor ahora. Empezaré la escena con una descripción del ambiente y el estado de ánimo de Alejandro, sin alterar los diálogos ni la historia.

El sol comenzaba a declinar sobre el parque, dándole un toque de matices pálidos a la escena. El aire estaba lleno del suave canto de las aves y el susurro de los árboles en el viento. Alejandro caminaba con paso relajado, sumido en sus pensamientos, intentando olvidar el desastre del Día de San Valentín.

La suerte de Alejandro parecía haberse vuelto loca. Había perdido la cita con la chica con la que había planeado salir, y ahora se sentía como si hubiera perdido la cabeza. Su cabello celeste estaba despeinado, y su sonrisa se notaba apenas, intentando sonreír con una sonrisa forzada.

Mientras caminaba, su atención se desvió hacia un joven que se acercaba hacia él, sonriendo de manera confiada. El joven parecía estar buscándolo, y su expresión era sincera y amable.

"Oye, cariño, siento mucho haberme olvidado del Día de San Valentín", dijo el joven, extendiendo sus brazos para darle una caja de chocolate. "Por favor, acepta esto como mi disculpa".

Presentó una caja de chocolates en forma de corazón, con una sonrisa cálida en su rostro. "Estos chocolates, ¡son tus favoritos!".

Alejandro se quedó paralizado, confundido y sorprendido por la situación. ¿Quién demonios era este tipo y de qué estaba hablando? Escucha, soy un chico...

Alejandro se sintió confundido y molestado. ¿Qué tipo de persona se atrevía a confundirlo con una chica y le daba chocolates? El chico nerd que lo miraba con una sonrisa tonta y extendería los brazos para darle la caja de chocolate parecía ser el culpe.

Alejandro se sintió incómodo y se acercó lentamente hacia el chico, como si estuviera rodeado de un velo de niebla. ¿Qué era esto? ¿Por qué este chico se creía que podía hacerlo?

El chico, por su parte, parecía estar completamente ignorante de la situación. Sus ojos brillaban con una ingenuidad inocente, y su sonrisa parecía decir: "Estoy haciendo lo correcto, estoy haciendo lo correcto".

Alejandro se sintió cada vez más confundido y molesto. ¿Cómo podía alguien ser tan tonto? ¿Y cómo podía alguien pensar que podía confundirlo con una chica?

Alejandro observó cómo Mateo se acercaba, una caja de chocolates en las manos y una expresión ansiosa en el rostro. Aunque no tenía idea de quién era ese chico, el hecho de que lo estuviera confundiendo con alguien más le provocó una chispa de diversión. Cuando Mateo le ofreció la caja, Alejandro no pudo resistir la tentación de jugar con la situación.

—Lo siento, mi amor, sé que olvidé San Valentín, pero estos chocolates son para ti, como disculpa —dijo Mateo, con una mezcla de arrepentimiento y expectativa en su voz.

Alejandro, siempre con una pizca de picardía, decidió aprovechar el momento. Tomó la caja y, fingiendo ser la persona que Mateo creía que era, abrió los chocolates y tomó uno.

—Hmm... Bueno, si insistes. —Alejandro sonrió, mientras mordía un pedazo del chocolate.

El sabor era exquisito, una mezcla perfecta de dulce y amargo que se derretía en su boca. Sin embargo, apenas había terminado de tragar cuando algo extraño comenzó a suceder. Al principio fue una sensación sutil, un leve hormigueo en la garganta. Alejandro se llevó la mano al cuello, tratando de aclararse la voz, pero en lugar de su voz normal, lo que salió fue un sonido mucho más suave y agudo.

—¿Qué...? —intentó decir, pero se detuvo, Ignorado por el cambio en su voz.

El hormigueo se extendió rápidamente desde su garganta hacia el resto de su cuerpo de forma parcial. Mientras Alejandro seguía sintiendo los cambios en su cuerpo, notó que la ropa que llevaba puesta también comenzaba a modificarse. Lo primero que sintió fue una presión alrededor de su torso. Su camiseta, antes holgada, ahora parecía encogerse y adaptarse a su nueva forma.

 

El suave tejido de la camiseta gris se ajustó contra su piel, adaptándose a la curvatura de sus nuevos senos, como si la tela hubiera sido creada para resaltar su figura. El cuello de la camiseta subió un poco, transformándose en un diseño de cuello alto y ajustado, pero la verdadera sorpresa vino cuando las mangas largas comenzaron a deslizarse hacia abajo de sus hombros. La prenda se había convertido en un suéter marrón de tejido suave que caía ligeramente sobre sus brazos, dejando sus hombros expuestos, dándole un aire sensual pero elegante.

Alejandro sintió cómo la falda que había reemplazado a sus pantalones se volvía cada vez más ajustada a sus nuevas caderas. El jean grueso que había estado usando se había transformado en una falda corta, ceñida a su cuerpo y hecha de un material elástico que realzaba sus nuevas curvas. La falda era lo suficientemente corta como para dejar al descubierto gran parte de sus muslos, pero sin llegar a ser provocativa. Se sentía extrañamente cómodo y al mismo tiempo muy consciente de lo femenina que lucía.

Debajo de la falda, Alejandro sintió una nueva presión alrededor de su cintura y caderas. Algo que definitivamente no había estado allí antes: una fina pero ajustada prenda de ropa interior femenina. El elástico se adaptaba perfectamente a su nueva forma, sujetando de manera firme pero cómoda. Era como si todo hubiera sido hecho a medida para su nuevo cuerpo.

Mientras tanto, sus zapatos no eran los mismos que llevaba antes. Las zapatillas deportivas que había usado se alargaron, cambiando de forma hasta convertirse en zapatos de tacón bajo, elegantes pero cómodos, con un ligero brillo que hacía juego con su nueva apariencia universitaria. No eran demasiado altos, pero lo suficiente como para que Alejandro sintiera una pequeña dificultad al acostumbrarse a caminar con ellos.

La transformación siguió, y para entonces, ya no solo era el cuerpo o la ropa lo que cambiaba. Incluso el ambiente a su alrededor parecía responder a su nueva identidad. Los calcetines deportivos gruesos que había llevado fueron reemplazados por medias de nailon finas, que cubrían sus piernas hasta apenas debajo de sus muslos, agregando una sensación de suavidad que Alejandro nunca había experimentado.

Con su cuerpo completamente transformado y vestido con la nueva ropa, Alejandro se miró a sí mismo. Ahora lucía como una joven universitaria, lista para una cita o una salida casual. Su figura femenina, antes inexistente, estaba realzada por la ropa que ahora lo cubría: el suéter marrón caído sobre los hombros, la falda corta y ceñida, las medias suaves y los zapatos de tacón bajo. Todo encajaba perfectamente con la apariencia de una chica segura de sí misma.

El cabello que caía en ondas por su espalda completaba la transformación. Lo que antes había sido un peinado corto y andrógino, ahora era una cascada de mechones brillantes y cuidados. Al mover la cabeza, podía sentir cómo su cabello acariciaba sus hombros y espalda, algo que jamás había sentido antes.

En ese momento, Alejandro levantó la vista y vio su reflejo en la ventana cercana. Era completamente irreconocible. Ya no quedaba rastro del hombre que había sido. En su lugar, una joven atractiva, con una apariencia coqueta y femenina, lo observaba desde el cristal. Su ropa resaltaba sus nuevas curvas, y cada prenda parecía haber sido diseñada para encajar a la perfección con su cuerpo recién transformado.

—¿Qué... qué me está pasando...? —murmuró con su nueva voz suave y melodiosa, sintiendo cómo las palabras se le escapaban casi sin esfuerzo.

El cambio en su voz lo desconcertaba, pero también le hacía notar lo diferente que se sentía. Todo lo que llevaba encima —el suéter que se deslizaba suavemente sobre sus hombros, la falda ajustada que acentuaba sus caderas, las medias delicadas y los tacones— contribuía a una imagen completamente femenina. Y lo más desconcertante de todo era que se sentía sorprendentemente natural, como si este nuevo cuerpo y esta nueva ropa siempre hubieran sido parte de él.

Mateo, aún ajeno a lo que había sucedido, lo miraba con una sonrisa despreocupada.

—¿Ves? Sabía que esos chocolates te harían feliz. Y, bueno, una cena en el restaurante más lujoso de la ciudad lo compensará todo, ¿no crees?

Alejandro apenas pudo responder, todavía abrumado por lo que había ocurrido. Los chocolates que había comido no solo habían alterado su cuerpo, sino que también habían transformado todo su mundo. Ahora, de pie en medio del parque, con el viento acariciando su nueva figura, Alejandro trataba de procesar cómo su identidad había cambiado en cuestión de minutos... junto con su ropa.

Mientras Alejandro se encontraba en medio de su confusión, mirando su nuevo reflejo, un extraño sentimiento comenzó a recorrer su mente. Era como si fragmentos de pensamientos y memorias que no le pertenecían empezaran a deslizarse en su conciencia, pequeñas imágenes y sensaciones que se sentían ajenas, pero al mismo tiempo naturales. Todo comenzó con una simple imagen, un recuerdo vago y borroso, como si se tratara de una película antigua, pero que pronto se volvió nítido y claro.

La primera imagen que emergió en su mente fue la de una pequeña niña en una cuna, sonriendo mientras jugaba con un móvil de colores brillantes. Era ella... aunque en ese momento, Alejandro no comprendía del todo lo que estaba viendo. Podía sentir el cariño de una madre que la sostenía en brazos, escuchaba las risas de su padre mientras jugaban en el parque, y percibía la dulzura de una infancia llena de amor y cuidados. Nació como una niña llamada Alejandra, rodeada de una familia que la adoraba.

Los recuerdos seguían fluyendo, como un río que no podía detenerse. La pequeña Alejandra era una niña muy femenina desde el principio, siempre rodeada de vestidos bonitos y lazos en el cabello. Recordaba cómo su madre la peinaba con delicadeza cada mañana antes de ir al jardín de infantes, colocando una cinta rosa brillante que combinaba con su vestido favorito. A todos les encantaba su estilo, y las maestras siempre comentaban lo adorable y educada que era. En el recreo, siempre estaba rodeada de amigos y amigas. A menudo jugaba a ser la líder del grupo, organizando juegos y aventuras. A pesar de su popularidad desde temprana edad, siempre fue una niña amable, preocupándose por los demás y ayudando a quienes lo necesitaban.

A medida que crecía, la vanidad natural de Alejandra empezó a florecer. Ya en la escuela primaria, sabía que era bonita, y eso la llenaba de seguridad. Le gustaba que la admiraran, que sus compañeras pidieran consejos sobre peinados o moda, y que los chicos la miraran con timidez. Pero, al mismo tiempo, Alejandra nunca dejaba que esa vanidad se convirtiera en crueldad. Aunque disfrutaba de su popularidad, jamás usaba su posición para menospreciar a otros. Siempre era la primera en invitar a los chicos más tímidos a unirse a los juegos, o en ofrecer su ayuda a alguna amiga con dificultades en los estudios.

Sin embargo, lo que pocos sabían era que Alejandra tenía un lado oculto. A pesar de ser tan extrovertida y popular, siempre había sido una fanática del anime y los videojuegos. De hecho, su amor por la cultura otaku comenzó cuando era muy pequeña. Recordó claramente su primera exposición al mundo del anime cuando su madre le regaló un DVD de Sailor Moon por su séptimo cumpleaños. Ese fue el comienzo de su pasión por los animes de chicas mágicas, aventuras fantásticas, y todo lo relacionado con el cosplay.

Desde entonces, su mundo se dividió en dos. En la escuela, era la chica popular que siempre sabía cómo vestirse y qué decir para ser querida por todos. Pero en casa, pasaba horas viendo anime, dibujando fanart de sus personajes favoritos, y planeando sus futuros cosplays. Su habitación estaba llena de posters, figuras, y coleccionables de sus series favoritas, aunque siempre mantenía esa parte de su vida en secreto. Sabía que su comunidad otaku era algo especial para ella, algo que no necesitaba compartir con todos.

Cuando llegó a la secundaria, Alejandra empezó a explorar el mundo del cosplay en serio. Recordó claramente su primer evento, cuando convenció a sus padres de que la llevaran a una convención de anime en la ciudad. A los catorce años, ya había hecho su primer disfraz, uno de Cardcaptor Sakura, que cosió a mano con la ayuda de su madre. La emoción que sintió al ponerse ese traje por primera vez, al verse en el espejo como uno de sus personajes favoritos, fue indescriptible. A pesar de que era su primer cosplay, recibió tantos elogios en el evento que quedó completamente enganchada. Desde entonces, dedicó buena parte de su tiempo libre a perfeccionar sus habilidades de costura y a crear más y más trajes.

En la preparatoria, su popularidad alcanzó un nuevo nivel. Siempre lucía impecable, y se volvió conocida por ser una de las chicas más atractivas y bien vestidas de la escuela. Pero detrás de esa imagen de perfección, seguía manteniendo su lado otaku y su amor por el cosplay. Solo unas pocas amigas cercanas sabían de su afición, y juntas formaron un pequeño grupo que iba a convenciones y eventos de anime cada vez que podían. En esas convenciones, Alejandra no era la chica popular y superficial que todos veían en la escuela; era una entusiasta apasionada, riéndose con sus amigas mientras se vestían como personajes de Naruto, Attack on Titan, y otros animes.

Aunque a veces su vanidad afloraba, siempre fue una chica bondadosa. Era conocida por ser la primera en ayudar a los demás, ya fuera organizando eventos benéficos en la escuela o simplemente siendo una amiga leal cuando alguien necesitaba apoyo. A pesar de su éxito social, nunca dejó de ser humilde, sabiendo que la verdadera belleza venía de cómo trataba a los demás.

Y entonces llegaron los años universitarios. Los recuerdos seguían fluyendo en la mente de Alejandro como un torrente incontrolable. La Alejandra universitaria era una chica aún más refinada y segura de sí misma. En la universidad, su popularidad no había disminuido. De hecho, se había convertido en una de las estudiantes más conocidas en el campus. Era la chica que todos querían conocer: inteligente, atractiva y con una personalidad brillante. En sus clases de diseño gráfico, sobresalía con facilidad, y sus profesores la elogiaban constantemente. Pero, a pesar de su popularidad, siempre encontraba tiempo para lo que más le apasionaba: el cosplay.

Alejandra ahora formaba parte de una comunidad más grande de cosplayers en su ciudad, y su nombre ya era reconocido entre los círculos otakus. Había perfeccionado su arte y empezaba a ganar concursos con sus trajes meticulosamente elaborados. Para ella, el cosplay no solo era un hobby, era una forma de expresión, de conectar con el mundo que tanto amaba.


Mientras todos estos recuerdos invadían la mente de Alejandro, algo más comenzó a cambiar en él. Ya no solo era un espectador de la vida de Alejandra, sino que empezaba a sentir esos recuerdos como propios. El cariño por el cosplay, la pasión por el anime, la satisfacción de ser popular y querida... todo se sentía real, como si él hubiera vivido cada uno de esos momentos.

Pero aún faltaba algo. Aunque los recuerdos de su infancia, adolescencia y vida universitaria eran claros y detallados, había una pieza que no encajaba del todo. Mateo. Aunque sabía que Alejandra no lo conocía aún en esos recuerdos, la conexión entre los dos estaba a punto de revelarse, y con ello, el último paso de la transformación que Alejandro no podría detener.


Aquí tienes la escena en la que los recuerdos de Alejandra comienzan a inundar la mente de Alejandro. Desde su nacimiento hasta sus años universitarios, puedes ver cómo su vida fue siempre la de una chica femenina, algo vanidosa, pero al mismo tiempo bondadosa y apasionada por el cosplay y la cultura otaku.

Entre los recuerdos fragmentados de Alejandra, uno de los más significativos comenzó a cobrar forma. El momento en que conoció a Mateo, el hombre que no solo cambiaría su vida, sino que le daría significado a muchas de las cosas que valoraba.

Estaba en su segundo año de universidad, asistiendo a uno de los eventos de anime más grandes de la ciudad. Alejandra había trabajado durante semanas en su nuevo cosplay, un atuendo increíblemente detallado de un personaje que adoraba desde su infancia, Sakura Kinomoto de Cardcaptor Sakura. No era la primera vez que asistía a una convención, pero había algo diferente en esa ocasión. Sentía una emoción renovada, como si algo fuera a cambiar para siempre.

Mateo apareció sin previo aviso en su vida. En ese evento, mientras Alejandra posaba para las fotos de los asistentes que admiraban su cosplay, vio a un chico que la observaba desde lejos. Era un poco mayor que ella, con una mirada tranquila pero curiosa. No era el tipo de persona que se destacaba en una multitud, pero había algo en él que captó su atención. Era como si sus ojos se hubieran encontrado por casualidad y, en ese momento, ambos supieran que algo importante estaba ocurriendo.

Después de un rato, Mateo se acercó tímidamente. Se notaba que no era del tipo que frecuentaba esos eventos, pero había algo en su actitud que le llamó la atención. Le hizo un cumplido sobre su traje, mencionando lo impresionante que era el detalle de su trabajo. A pesar de que Alejandra había recibido cientos de cumplidos ese día, el de Mateo fue diferente. Él no la veía solo como una cosplayer talentosa, sino que parecía estar genuinamente interesado en quién era ella como persona. Eso la intrigó.

Esa primera conversación no fue larga, pero fue lo suficiente para dejar una impresión duradera en ambos. Lo que comenzó como una pequeña charla en una convención de anime se convirtió en una amistad creciente. Al principio, solo se encontraban en eventos o intercambiaban mensajes sobre su amor compartido por el cosplay y los videojuegos. Pero poco a poco, Mateo se convirtió en una figura constante en la vida de Alejandra.

Con el tiempo, su amistad floreció en algo más profundo. Mateo era más que un simple espectador de sus actividades otaku. Aunque no compartía el mismo nivel de obsesión por el cosplay que Alejandra, siempre la apoyaba. Asistía a las convenciones con ella, la ayudaba a llevar sus pesados trajes, e incluso llegó a involucrarse en algunos de sus proyectos, aprendiendo sobre costura y diseño solo para estar más cerca de ella. Pronto, empezaron a salir en citas, y fue en una de esas salidas que Mateo confesó sus sentimientos.

El día que Mateo le pidió ser su novia fue en una tarde de verano. Estaban sentados juntos en un parque, bajo la sombra de un gran árbol, después de haber pasado horas hablando de sus sueños y pasiones. Mateo, nervioso, le tomó la mano y, con una sonrisa tímida, le confesó lo que ya había sido evidente para ambos durante mucho tiempo.

—Alejandra... no sé si esto sea lo adecuado, pero... me gustas. Mucho. Sé que somos buenos amigos, pero... quiero ser algo más para ti.

Alejandra sintió que su corazón se aceleraba. Mateo era todo lo que ella había deseado en una pareja. Era comprensivo, dulce, y siempre había estado a su lado, apoyándola en todo lo que hacía. Con una sonrisa cálida, asintió y lo besó suavemente en los labios, sellando su relación en ese mismo instante. A partir de ese día, se convirtieron en una pareja oficial, pero su relación fue mucho más que solo eso.

Mateo no solo era su novio, sino también su compañero de cosplay. Aunque nunca había sido fanático del cosplay antes de conocerla, Mateo empezó a vestirse junto a ella para las convenciones. Alejandra lo convenció de que, si iban a ser una pareja, ¡también debían hacer cosplay en pareja! Al principio, Mateo estaba reacio, pero pronto comenzó a disfrutarlo, sobre todo al ver lo feliz que hacía a Alejandra. Juntos, se convirtieron en una pareja cosplayer conocida en las convenciones locales. Mateo incluso llegó a ganar su propio grupo de admiradores por lo comprometido que estaba con los personajes que interpretaba.

Pero su relación no se limitaba al cosplay. Alejandra también era parte del equipo de animadoras de la universidad, y Mateo, siempre dispuesto a apoyarla, la acompañaba a todos los eventos deportivos. A veces, se ofrecía para ayudar en las prácticas, y aunque no era el más atlético, siempre encontraba una manera de estar presente, animando desde las gradas.

Además, Mateo también se convirtió en su tutor. Alejandra era talentosa y apasionada, pero a veces le costaba concentrarse en sus estudios debido a todas las actividades extracurriculares que realizaba. Mateo, siendo más organizado y centrado, la ayudaba a estudiar para sus exámenes. Pasaban horas en la biblioteca, él explicando conceptos y ella haciendo preguntas. Estas sesiones de estudio se convirtieron en otro de sus momentos favoritos juntos, donde podían compartir más de sus pensamientos y sueños.

Y entonces llegó San Valentín. El primer San Valentín que pasaron juntos fue especial por muchas razones. Mateo, siendo el hombre atento y detallista que era, había investigado sobre los gustos de Alejandra para hacerle un regalo único. Recordó una conversación que tuvieron en una de sus primeras salidas, cuando Alejandra le habló de unos chocolates raros que solía comer de niña. Eran chocolates artesanales, hechos por una pequeña pastelería en su ciudad natal, y desde entonces, habían desaparecido del mercado, convirtiéndose en un recuerdo nostálgico de su infancia.

Lo que Alejandra no sabía era que Mateo había buscado esos chocolates durante semanas, contactando a personas que conocían la receta y hasta rastreando antiguos vendedores para conseguir una caja de los preciados dulces. Cuando llegó el día de San Valentín, Alejandra se sorprendió al ver la caja en las manos de Mateo. Eran los chocolates que tanto amaba, aquellos que solo había comido en su niñez y que pensaba que nunca volvería a probar.

—¿Cómo los conseguiste? —preguntó Alejandra, con los ojos brillantes de emoción.

Mateo solo sonrió y le dijo que había hecho todo lo posible porque quería que ese primer San Valentín juntos fuera especial. Alejandra se conmovió hasta las lágrimas y supo, en ese momento, que Mateo no era solo su novio. Él era su compañero de vida, alguien que entendía sus pasiones, sus nostalgias, y que siempre haría lo posible por verla feliz.

Desde entonces, cada San Valentín se convirtió en una tradición para ellos. Mateo encontraba esos raros chocolates, y ambos los disfrutaban juntos, compartiendo ese momento como una pareja que sabía que había algo más profundo que los unía.

Cuando los recuerdos de Alejandra terminaron de fluir en la mente de Alejandro, fue como si el mundo se detuviera por un momento. Las imágenes de su vida con Mateo, desde el primer encuentro hasta sus tradiciones de San Valentín, quedaron impresas en su conciencia. Sentía una mezcla de confusión, nostalgia y... ¿amor? ¿Amor por Mateo? Era como si cada recuerdo lo acercara más a la persona que alguna vez fue. Se quedó en silencio, sin palabras, abrumado por lo que acababa de experimentar.

Pero entonces, algo lo atrajo de nuevo a la realidad: el chocolate. Sin pensar, tomó otro de los chocolates que Mateo le había ofrecido, y al dar el primer mordisco, los recuerdos se consolidaron aún más. La transformación no solo era física, ahora también estaba alcanzando su alma, su identidad.

La historia continúa mientras la transformación de Alejandro finalmente llega a su fin. Alejandra, ahora completamente en su forma femenina, ya no puede negar quién es. Su mente, cuerpo y recuerdos están alineados, y la persona que solía ser —ese lado masculino que habitaba en su interior— ha desaparecido. Ella es Alejandra, tal como siempre lo había sido.

Alejandra miró sus manos, reconociendo la feminidad que irradiaba de ellas, su cabello largo, su cuerpo transformado, todo encajaba. Pero entonces, un sentimiento que había estado enterrado en su mente resurgió con una intensidad que no pudo ignorar. El día de San Valentín. Todo lo que había estado esperando, todas las expectativas que tenía, y el hecho de que Mateo... lo había olvidado.

La ira mezclada con amor y frustración empezó a hervir en su interior. Recordaba claramente cómo había pasado los últimos días preguntándose qué haría Mateo este 14 de febrero, si volvería a sorprenderla con algo más especial que los chocolates. Había soñado con una noche romántica, tal vez una cena lujosa, o incluso un paseo bajo las estrellas. Pero lo único que había recibido hasta ahora era una caja de sus chocolates favoritos. Eran deliciosos, sí, y tenían un valor sentimental inmenso, pero... ¿Eso era todo?

Con los recuerdos tan vívidos en su mente y las emociones a flor de piel, Alejandra, ahora totalmente consciente de su identidad y relación con Mateo, no pudo contenerse más.

Se levantó de un salto, mirando a Mateo con los ojos entrecerrados. El pobre chico ni siquiera sabía lo que estaba por venir.

ESPERA —exclamó Alejandra, su voz sonando firme y decidida—. ¿DE VERDAD CREES QUE SORPRENDERME CON MIS CHOCOLATES FAVORITOS COMPENSARÁ EL QUE TE HAYAS OLVIDADO DEL DÍA DE SAN VALENTÍN? —Las palabras salieron casi en un grito, cargadas de frustración y decepción—. ¡LLEVAMOS TRES AÑOS SALIENDO, IMBÉCIL!

Mateo, completamente sorprendido por la intensidad de su reacción, retrocedió un paso. Había esperado un poco de molestia, pero no esta explosión de emociones. Aun así, su expresión se suavizó. Sabía que Alejandra tenía razón, y en el fondo, entendía por qué se sentía así.

DIJE QUE LO SENTÍA —respondió Mateo, levantando las manos en señal de rendición. Aunque estaba acostumbrado a los cambios de humor de Alejandra, este le tomó un poco por sorpresa, especialmente con todo lo que acababa de suceder. Pero no podía culparla, después de todo, había olvidado un día importante.

Alejandra, sin embargo, no iba a dejarlo pasar tan fácilmente. Aun con los brazos cruzados y el ceño fruncido, sabía que Mateo estaba arrepentido, pero no lo dejaría escapar tan rápido. La frustración seguía presente, pero también el cariño que sentía por él. Porque a pesar de todo, Mateo siempre había sido su persona favorita en el mundo.

LO QUE SEA —dijo, rodando los ojos con un gesto dramático que solo ella podía hacer sin perder el encanto—. ME VAS A INVITAR A ESE LUJOSO RESTAURANTE ESTA NOCHE. TIENES QUE COMPENSARLO. —Su voz era autoritaria, pero con un toque juguetón, como si ya supiera cuál sería la respuesta de Mateo.

Mateo sonrió, sabiendo que Alejandra no podía estar tan enojada por mucho tiempo. Ella era así, intensa y apasionada, pero también tierna y comprensiva cuando las cosas se calmaban. Se acercó lentamente y tomó su mano, apretándola suavemente mientras la miraba con una mezcla de disculpa y cariño.

DE ACUERDO, CARIÑO —respondió Mateo, con una sonrisa de medio lado, ese gesto que siempre lograba derretir el corazón de Alejandra—. Lo que tú quieras.

Alejandra soltó un suspiro, aún pretendiendo estar molesta, pero en su interior, ya sabía que había ganado la batalla. Sabía que Mateo haría lo que fuera por ella, y esa era una de las cosas que más le encantaban de él. Aunque a veces cometiera errores, siempre encontraba la manera de enmendarlos y demostrarle lo mucho que la amaba.

Con un leve sonrojo en las mejillas y una sonrisa que trataba de ocultar, Alejandra tomó otro chocolate de la caja, dándose el lujo de disfrutarlo lentamente. Después de todo, esa noche sería especial, y aunque Mateo había olvidado inicialmente el Día de San Valentín, estaba segura de que haría todo lo posible para que lo compensara.

Mientras Mateo y Alejandra seguían su pequeña discusión, una figura observaba desde lejos, oculta entre las sombras de los árboles cercanos al campus. La bruja, una mujer enigmática de ojos profundos y oscuros, miraba atentamente la escena con una sonrisa sutil en su rostro. Sus largos dedos jugueteaban con una pequeña joya que colgaba de su cuello, mientras sus pensamientos viajaban hacia los eventos que habían llevado a ese momento.

La bruja había sido contactada por Mateo meses atrás. Un joven desesperado, perdido en su dolor tras haber perdido a su novia en un trágico accidente. Mateo había estado consumido por la tristeza, incapaz de seguir adelante, aferrándose a los recuerdos y sueños rotos de lo que había sido su relación. Y entonces, en su desesperación, había buscado la ayuda de la misteriosa bruja.

Ella le había prometido lo que nadie más podría ofrecerle: una oportunidad para recuperar a su amada. No del todo de la forma que Mateo había imaginado, pero un cuerpo nuevo, lo más parecido posible, y una forma de devolverle el alma perdida. Los chocolates que Mateo le había dado a Alejandra no eran simples dulces; estaban impregnados con la esencia de la antigua novia de Mateo, una poderosa magia que transferiría su alma al cuerpo adecuado.

Alejandra, o más bien el cuerpo andrógino que una vez fue Alejandro, había sido elegido cuidadosamente. La bruja sabía que su hechizo funcionaría mejor en alguien que ya albergaba tanto lo masculino como lo femenino en su apariencia y comportamiento. El chocolate mágico no solo había transformado el cuerpo de Alejandro en el de la chica que Mateo amaba, sino que había traído de vuelta los recuerdos y la esencia de esa mujer, que ahora vivía de nuevo en la forma de Alejandra.

Desde su escondite, la bruja vio cómo Alejandra seguía fingiendo enojo con su actitud tsundere, exigiendo una cena lujosa como compensación. Pero también notó cómo, en lo más profundo de sus ojos, la dulzura y el amor por Mateo seguían allí. Aunque los recuerdos habían sido restaurados, aunque el alma había sido transferida, algo en la forma de ser de Alejandra seguía siendo diferente. Era como si una nueva vida se hubiera tejido a partir de los hilos del pasado, una mezcla de la chica que Mateo había amado y la nueva persona en la que se había convertido.

La bruja sonrió con una mezcla de satisfacción y melancolía. El hechizo había funcionado, el trato había sido cumplido, pero siempre había algo más en la magia. Sabía que los sentimientos entre Mateo y Alejandra no serían exactamente los mismos que antes, pero eso estaba bien. La magia no recreaba el pasado a la perfección, sino que lo transformaba en algo nuevo, algo que los dos tendrían que descubrir juntos.

Mientras Alejandra cruzaba los brazos fingiendo estar molesta, Mateo seguía pidiéndole perdón, claramente dispuesto a hacer todo lo que fuera necesario para arreglar las cosas. No importaba cuántas veces Alejandra le lanzara un reproche o le hiciera una exigencia, él seguía allí, firme, decidido a ganarse su perdón.

La bruja, desde la distancia, se permitió una risa suave, casi inaudible. El joven Mateo había encontrado lo que buscaba, pero también lo que necesitaba: una nueva oportunidad de amar, no con los fantasmas del pasado, sino con una versión renovada, llena de vida, que seguiría retándole y amándole a su manera.

Y Alejandra, ahora con el alma de la antigua novia de Mateo dentro de su nuevo cuerpo, estaba aprendiendo a amar de nuevo, pero desde su propia perspectiva. Sus memorias habían regresado, pero la nueva vida que llevaba como Alejandra le daba una perspectiva diferente. Era más que solo un eco del pasado, y lo sabía.

La bruja, satisfecha con su trabajo, se dio media vuelta. Sabía que su intervención no sería descubierta, pues Mateo nunca podría comprender completamente lo que había sucedido. Para él, Alejandra era su amada, con pequeños matices diferentes, pero seguía siendo la chica que amaba. El hechizo seguiría funcionando, sus vidas continuarían, y la magia cumpliría su propósito.

Mientras Mateo y Alejandra continuaban su caminata, discutiendo suavemente sobre los planes para la noche, la bruja se desvaneció en la oscuridad, dejando solo un suave eco de su risa en el viento.


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