Esta historia la hice el año pasado pero; me hubiera gustado que fuera un poco más erotica.
Además de que fue basado de este comic.
San
Valentí.
Entiendo
mejor ahora. Empezaré la escena con una descripción del ambiente y el estado de
ánimo de Alejandro, sin alterar los diálogos ni la historia.
El
sol comenzaba a declinar sobre el parque, dándole un toque de matices pálidos a
la escena. El aire estaba lleno del suave canto de las aves y el susurro de los
árboles en el viento. Alejandro caminaba con paso relajado, sumido en sus
pensamientos, intentando olvidar el desastre del Día de San Valentín.
La
suerte de Alejandro parecía haberse vuelto loca. Había perdido la cita con la
chica con la que había planeado salir, y ahora se sentía como si hubiera
perdido la cabeza. Su cabello celeste estaba despeinado, y su sonrisa se notaba
apenas, intentando sonreír con una sonrisa forzada.
Mientras
caminaba, su atención se desvió hacia un joven que se acercaba hacia él,
sonriendo de manera confiada. El joven parecía estar buscándolo, y su expresión
era sincera y amable.
"Oye,
cariño, siento mucho haberme olvidado del Día de San Valentín", dijo el
joven, extendiendo sus brazos para darle una caja de chocolate. "Por
favor, acepta esto como mi disculpa".
Presentó
una caja de chocolates en forma de corazón, con una sonrisa cálida en su
rostro. "Estos chocolates, ¡son tus favoritos!".
Alejandro
se quedó paralizado, confundido y sorprendido por la situación. ¿Quién demonios
era este tipo y de qué estaba hablando? Escucha, soy un chico...
Alejandro
se sintió confundido y molestado. ¿Qué tipo de persona se atrevía a confundirlo
con una chica y le daba chocolates? El chico nerd que lo miraba con una sonrisa
tonta y extendería los brazos para darle la caja de chocolate parecía ser el
culpe.
Alejandro
se sintió incómodo y se acercó lentamente hacia el chico, como si estuviera
rodeado de un velo de niebla. ¿Qué era esto? ¿Por qué este chico se creía que
podía hacerlo?
El
chico, por su parte, parecía estar completamente ignorante de la situación. Sus
ojos brillaban con una ingenuidad inocente, y su sonrisa parecía decir:
"Estoy haciendo lo correcto, estoy haciendo lo correcto".
Alejandro
se sintió cada vez más confundido y molesto. ¿Cómo podía alguien ser tan tonto?
¿Y cómo podía alguien pensar que podía confundirlo con una chica?
Alejandro
observó cómo Mateo se acercaba, una caja de chocolates en las manos y una
expresión ansiosa en el rostro. Aunque no tenía idea de quién era ese chico, el
hecho de que lo estuviera confundiendo con alguien más le provocó una chispa de
diversión. Cuando Mateo le ofreció la caja, Alejandro no pudo resistir la
tentación de jugar con la situación.
—Lo
siento, mi amor, sé que olvidé San Valentín, pero estos chocolates son para ti,
como disculpa —dijo Mateo, con una mezcla de arrepentimiento y expectativa en
su voz.
Alejandro,
siempre con una pizca de picardía, decidió aprovechar el momento. Tomó la caja
y, fingiendo ser la persona que Mateo creía que era, abrió los chocolates y
tomó uno.
—Hmm...
Bueno, si insistes. —Alejandro sonrió, mientras mordía un pedazo del chocolate.
El
sabor era exquisito, una mezcla perfecta de dulce y amargo que se derretía en
su boca. Sin embargo, apenas había terminado de tragar cuando algo extraño
comenzó a suceder. Al principio fue una sensación sutil, un leve hormigueo en
la garganta. Alejandro se llevó la mano al cuello, tratando de aclararse la
voz, pero en lugar de su voz normal, lo que salió fue un sonido mucho más suave
y agudo.
—¿Qué...?
—intentó decir, pero se detuvo, Ignorado por el cambio en su voz.
El
hormigueo se extendió rápidamente desde su garganta hacia el resto de su cuerpo
de forma parcial. Mientras Alejandro seguía sintiendo los cambios en su cuerpo,
notó que la ropa que llevaba puesta también comenzaba a modificarse. Lo primero
que sintió fue una presión alrededor de su torso. Su camiseta, antes holgada,
ahora parecía encogerse y adaptarse a su nueva forma.
El
suave tejido de la camiseta gris se ajustó contra su piel, adaptándose a la
curvatura de sus nuevos senos, como si la tela hubiera sido creada para
resaltar su figura. El cuello de la camiseta subió un poco, transformándose en
un diseño de cuello alto y ajustado, pero la verdadera sorpresa vino cuando las
mangas largas comenzaron a deslizarse hacia abajo de sus hombros. La prenda se
había convertido en un suéter marrón de tejido suave que caía ligeramente sobre
sus brazos, dejando sus hombros expuestos, dándole un aire sensual pero
elegante.
Alejandro
sintió cómo la falda que había reemplazado a sus pantalones se volvía cada vez
más ajustada a sus nuevas caderas. El jean grueso que había estado usando se
había transformado en una falda corta, ceñida a su cuerpo y hecha de un
material elástico que realzaba sus nuevas curvas. La falda era lo
suficientemente corta como para dejar al descubierto gran parte de sus muslos,
pero sin llegar a ser provocativa. Se sentía extrañamente cómodo y al mismo
tiempo muy consciente de lo femenina que lucía.
Debajo
de la falda, Alejandro sintió una nueva presión alrededor de su cintura y
caderas. Algo que definitivamente no había estado allí antes: una fina pero
ajustada prenda de ropa interior femenina. El elástico se adaptaba
perfectamente a su nueva forma, sujetando de manera firme pero cómoda. Era como
si todo hubiera sido hecho a medida para su nuevo cuerpo.
Mientras
tanto, sus zapatos no eran los mismos que llevaba antes. Las zapatillas
deportivas que había usado se alargaron, cambiando de forma hasta convertirse
en zapatos de tacón bajo, elegantes pero cómodos, con un ligero brillo que
hacía juego con su nueva apariencia universitaria. No eran demasiado altos,
pero lo suficiente como para que Alejandro sintiera una pequeña dificultad al
acostumbrarse a caminar con ellos.
La
transformación siguió, y para entonces, ya no solo era el cuerpo o la ropa lo
que cambiaba. Incluso el ambiente a su alrededor parecía responder a su nueva
identidad. Los calcetines deportivos gruesos que había llevado fueron
reemplazados por medias de nailon finas, que cubrían sus piernas hasta apenas
debajo de sus muslos, agregando una sensación de suavidad que Alejandro nunca
había experimentado.
Con
su cuerpo completamente transformado y vestido con la nueva ropa, Alejandro se
miró a sí mismo. Ahora lucía como una joven universitaria, lista para una cita
o una salida casual. Su figura femenina, antes inexistente, estaba realzada por
la ropa que ahora lo cubría: el suéter marrón caído sobre los hombros, la falda
corta y ceñida, las medias suaves y los zapatos de tacón bajo. Todo encajaba
perfectamente con la apariencia de una chica segura de sí misma.
El
cabello que caía en ondas por su espalda completaba la transformación. Lo que
antes había sido un peinado corto y andrógino, ahora era una cascada de
mechones brillantes y cuidados. Al mover la cabeza, podía sentir cómo su
cabello acariciaba sus hombros y espalda, algo que jamás había sentido antes.
En
ese momento, Alejandro levantó la vista y vio su reflejo en la ventana cercana.
Era completamente irreconocible. Ya no quedaba rastro del hombre que había
sido. En su lugar, una joven atractiva, con una apariencia coqueta y femenina,
lo observaba desde el cristal. Su ropa resaltaba sus nuevas curvas, y cada
prenda parecía haber sido diseñada para encajar a la perfección con su cuerpo
recién transformado.
—¿Qué...
qué me está pasando...? —murmuró con su nueva voz suave y melodiosa, sintiendo
cómo las palabras se le escapaban casi sin esfuerzo.
El
cambio en su voz lo desconcertaba, pero también le hacía notar lo diferente que
se sentía. Todo lo que llevaba encima —el suéter que se deslizaba suavemente
sobre sus hombros, la falda ajustada que acentuaba sus caderas, las medias
delicadas y los tacones— contribuía a una imagen completamente femenina. Y lo
más desconcertante de todo era que se sentía sorprendentemente natural, como si
este nuevo cuerpo y esta nueva ropa siempre hubieran sido parte de él.
Mateo,
aún ajeno a lo que había sucedido, lo miraba con una sonrisa despreocupada.
—¿Ves?
Sabía que esos chocolates te harían feliz. Y, bueno, una cena en el restaurante
más lujoso de la ciudad lo compensará todo, ¿no crees?
Alejandro
apenas pudo responder, todavía abrumado por lo que había ocurrido. Los
chocolates que había comido no solo habían alterado su cuerpo, sino que también
habían transformado todo su mundo. Ahora, de pie en medio del parque, con el
viento acariciando su nueva figura, Alejandro trataba de procesar cómo su
identidad había cambiado en cuestión de minutos... junto con su ropa.
Mientras
Alejandro se encontraba en medio de su confusión, mirando su nuevo reflejo, un
extraño sentimiento comenzó a recorrer su mente. Era como si fragmentos de
pensamientos y memorias que no le pertenecían empezaran a deslizarse en su
conciencia, pequeñas imágenes y sensaciones que se sentían ajenas, pero al
mismo tiempo naturales. Todo comenzó con una simple imagen, un recuerdo vago y
borroso, como si se tratara de una película antigua, pero que pronto se volvió
nítido y claro.
La
primera imagen que emergió en su mente fue la de una pequeña niña en una cuna,
sonriendo mientras jugaba con un móvil de colores brillantes. Era ella...
aunque en ese momento, Alejandro no comprendía del todo lo que estaba viendo.
Podía sentir el cariño de una madre que la sostenía en brazos, escuchaba las
risas de su padre mientras jugaban en el parque, y percibía la dulzura de una
infancia llena de amor y cuidados. Nació como una niña llamada Alejandra,
rodeada de una familia que la adoraba.
Los
recuerdos seguían fluyendo, como un río que no podía detenerse. La pequeña Alejandra
era una niña muy femenina desde el principio, siempre rodeada de vestidos
bonitos y lazos en el cabello. Recordaba cómo su madre la peinaba con
delicadeza cada mañana antes de ir al jardín de infantes, colocando una cinta
rosa brillante que combinaba con su vestido favorito. A todos les encantaba su
estilo, y las maestras siempre comentaban lo adorable y educada que era. En el
recreo, siempre estaba rodeada de amigos y amigas. A menudo jugaba a ser la
líder del grupo, organizando juegos y aventuras. A pesar de su popularidad
desde temprana edad, siempre fue una niña amable, preocupándose por los demás y
ayudando a quienes lo necesitaban.
A
medida que crecía, la vanidad natural de Alejandra empezó a florecer. Ya en la escuela primaria, sabía que era
bonita, y eso la llenaba de seguridad. Le gustaba que la admiraran, que sus
compañeras pidieran consejos sobre peinados o moda, y que los chicos la miraran
con timidez. Pero, al mismo tiempo, Alejandra nunca dejaba que esa vanidad se
convirtiera en crueldad. Aunque disfrutaba de su popularidad, jamás usaba su
posición para menospreciar a otros. Siempre era la primera en invitar a los
chicos más tímidos a unirse a los juegos, o en ofrecer su ayuda a alguna amiga
con dificultades en los estudios.
Sin
embargo, lo que pocos sabían era que Alejandra tenía un lado oculto. A pesar de ser tan extrovertida y
popular, siempre había sido una fanática del anime y los videojuegos. De hecho,
su amor por la cultura otaku comenzó cuando era muy pequeña. Recordó claramente
su primera exposición al mundo del anime cuando su madre le regaló un DVD de Sailor
Moon por su séptimo cumpleaños. Ese fue el comienzo de su pasión por los
animes de chicas mágicas, aventuras fantásticas, y todo lo relacionado con el
cosplay.
Desde
entonces, su mundo se dividió en dos. En la escuela, era la chica popular que
siempre sabía cómo vestirse y qué decir para ser querida por todos. Pero en
casa, pasaba horas viendo anime, dibujando fanart de sus personajes favoritos,
y planeando sus futuros cosplays. Su habitación estaba llena de posters,
figuras, y coleccionables de sus series favoritas, aunque siempre mantenía esa
parte de su vida en secreto. Sabía que su comunidad otaku era algo especial
para ella, algo que no necesitaba compartir con todos.
Cuando
llegó a la secundaria, Alejandra empezó a explorar el mundo del cosplay en
serio. Recordó claramente su primer evento, cuando convenció a sus padres
de que la llevaran a una convención de anime en la ciudad. A los catorce años,
ya había hecho su primer disfraz, uno de Cardcaptor Sakura, que cosió a
mano con la ayuda de su madre. La emoción que sintió al ponerse ese traje por
primera vez, al verse en el espejo como uno de sus personajes favoritos, fue
indescriptible. A pesar de que era su primer cosplay, recibió tantos elogios en
el evento que quedó completamente enganchada. Desde entonces, dedicó buena
parte de su tiempo libre a perfeccionar sus habilidades de costura y a crear
más y más trajes.
En
la preparatoria, su popularidad alcanzó un nuevo nivel. Siempre lucía impecable, y se volvió
conocida por ser una de las chicas más atractivas y bien vestidas de la
escuela. Pero detrás de esa imagen de perfección, seguía manteniendo su lado
otaku y su amor por el cosplay. Solo unas pocas amigas cercanas sabían de su
afición, y juntas formaron un pequeño grupo que iba a convenciones y eventos de
anime cada vez que podían. En esas convenciones, Alejandra no era la chica
popular y superficial que todos veían en la escuela; era una entusiasta
apasionada, riéndose con sus amigas mientras se vestían como personajes de Naruto,
Attack on Titan, y otros animes.
Aunque
a veces su vanidad afloraba, siempre fue una chica bondadosa. Era
conocida por ser la primera en ayudar a los demás, ya fuera organizando eventos
benéficos en la escuela o simplemente siendo una amiga leal cuando alguien
necesitaba apoyo. A pesar de su éxito social, nunca dejó de ser humilde,
sabiendo que la verdadera belleza venía de cómo trataba a los demás.
Y
entonces llegaron los años universitarios. Los recuerdos seguían fluyendo en la mente de Alejandro
como un torrente incontrolable. La Alejandra universitaria era una chica aún
más refinada y segura de sí misma. En la universidad, su popularidad no había
disminuido. De hecho, se había convertido en una de las estudiantes más
conocidas en el campus. Era la chica que todos querían conocer: inteligente,
atractiva y con una personalidad brillante. En sus clases de diseño gráfico,
sobresalía con facilidad, y sus profesores la elogiaban constantemente. Pero, a
pesar de su popularidad, siempre encontraba tiempo para lo que más le
apasionaba: el cosplay.
Alejandra
ahora formaba parte de una comunidad más grande de cosplayers en su ciudad, y
su nombre ya era reconocido entre los círculos otakus. Había perfeccionado su
arte y empezaba a ganar concursos con sus trajes meticulosamente elaborados. Para
ella, el cosplay no solo era un hobby, era una forma de expresión, de
conectar con el mundo que tanto amaba.
Mientras
todos estos recuerdos invadían la mente de Alejandro, algo más comenzó a
cambiar en él. Ya no solo era un espectador de la vida de Alejandra, sino que
empezaba a sentir esos recuerdos como propios. El cariño por el cosplay,
la pasión por el anime, la satisfacción de ser popular y querida... todo se
sentía real, como si él hubiera vivido cada uno de esos momentos.
Pero
aún faltaba algo. Aunque
los recuerdos de su infancia, adolescencia y vida universitaria eran claros y
detallados, había una pieza que no encajaba del todo. Mateo. Aunque sabía que Alejandra
no lo conocía aún en esos recuerdos, la conexión entre los dos estaba a punto
de revelarse, y con ello, el último paso de la transformación que Alejandro no
podría detener.
Aquí
tienes la escena en la que los recuerdos de Alejandra comienzan a inundar la
mente de Alejandro. Desde su nacimiento hasta sus años universitarios, puedes
ver cómo su vida fue siempre la de una chica femenina, algo vanidosa, pero al
mismo tiempo bondadosa y apasionada por el cosplay y la cultura otaku.
Entre
los recuerdos fragmentados de Alejandra, uno de los más significativos comenzó
a cobrar forma. El momento en que conoció a Mateo, el hombre que no solo
cambiaría su vida, sino que le daría significado a muchas de las cosas que
valoraba.
Estaba
en su segundo año de universidad, asistiendo a uno de los eventos de anime más
grandes de la ciudad. Alejandra había trabajado durante semanas en su nuevo
cosplay, un atuendo increíblemente detallado de un personaje que adoraba desde
su infancia, Sakura Kinomoto de Cardcaptor Sakura. No era la primera
vez que asistía a una convención, pero había algo diferente en esa ocasión.
Sentía una emoción renovada, como si algo fuera a cambiar para siempre.
Mateo
apareció sin previo aviso
en su vida. En ese evento, mientras Alejandra posaba para las fotos de los
asistentes que admiraban su cosplay, vio a un chico que la observaba desde
lejos. Era un poco mayor que ella, con una mirada tranquila pero curiosa. No
era el tipo de persona que se destacaba en una multitud, pero había algo en él
que captó su atención. Era como si sus ojos se hubieran encontrado por
casualidad y, en ese momento, ambos supieran que algo importante estaba
ocurriendo.
Después
de un rato, Mateo se acercó tímidamente. Se notaba que no era del tipo que
frecuentaba esos eventos, pero había algo en su actitud que le llamó la
atención. Le hizo un cumplido sobre su traje, mencionando lo impresionante que
era el detalle de su trabajo. A pesar de que Alejandra había recibido cientos
de cumplidos ese día, el de Mateo fue diferente. Él no la veía solo como una
cosplayer talentosa, sino que parecía estar genuinamente interesado en
quién era ella como persona. Eso la intrigó.
Esa
primera conversación no fue larga, pero fue lo suficiente para dejar una
impresión duradera en ambos. Lo que comenzó como una pequeña charla en una
convención de anime se convirtió en una amistad creciente. Al principio,
solo se encontraban en eventos o intercambiaban mensajes sobre su amor
compartido por el cosplay y los videojuegos. Pero poco a poco, Mateo se
convirtió en una figura constante en la vida de Alejandra.
Con
el tiempo, su amistad floreció en algo más profundo. Mateo era más que un simple espectador
de sus actividades otaku. Aunque no compartía el mismo nivel de obsesión por el
cosplay que Alejandra, siempre la apoyaba. Asistía a las convenciones con ella,
la ayudaba a llevar sus pesados trajes, e incluso llegó a involucrarse en
algunos de sus proyectos, aprendiendo sobre costura y diseño solo para estar
más cerca de ella. Pronto, empezaron a salir en citas, y fue en una de
esas salidas que Mateo confesó sus sentimientos.
El
día que Mateo le pidió ser su novia fue en una tarde de verano. Estaban sentados juntos en un parque,
bajo la sombra de un gran árbol, después de haber pasado horas hablando de sus
sueños y pasiones. Mateo, nervioso, le tomó la mano y, con una sonrisa tímida,
le confesó lo que ya había sido evidente para ambos durante mucho tiempo.
—Alejandra...
no sé si esto sea lo adecuado, pero... me gustas. Mucho. Sé que somos buenos
amigos, pero... quiero ser algo más para ti.
Alejandra
sintió que su corazón se aceleraba. Mateo era todo lo que ella había deseado en
una pareja. Era comprensivo, dulce, y siempre había estado a su lado,
apoyándola en todo lo que hacía. Con una sonrisa cálida, asintió y lo besó
suavemente en los labios, sellando su relación en ese mismo instante. A
partir de ese día, se convirtieron en una pareja oficial, pero su relación fue
mucho más que solo eso.
Mateo
no solo era su novio, sino también su compañero de cosplay. Aunque nunca
había sido fanático del cosplay antes de conocerla, Mateo empezó a vestirse
junto a ella para las convenciones. Alejandra lo convenció de que, si iban a
ser una pareja, ¡también debían hacer cosplay en pareja! Al principio, Mateo
estaba reacio, pero pronto comenzó a disfrutarlo, sobre todo al ver lo feliz
que hacía a Alejandra. Juntos, se convirtieron en una pareja cosplayer conocida
en las convenciones locales. Mateo incluso llegó a ganar su propio grupo de
admiradores por lo comprometido que estaba con los personajes que interpretaba.
Pero
su relación no se limitaba al cosplay.
Alejandra también era parte del equipo de animadoras de la universidad, y Mateo,
siempre dispuesto a apoyarla, la acompañaba a todos los eventos deportivos. A
veces, se ofrecía para ayudar en las prácticas, y aunque no era el más
atlético, siempre encontraba una manera de estar presente, animando desde las
gradas.
Además,
Mateo también se convirtió en su tutor. Alejandra era talentosa y
apasionada, pero a veces le costaba concentrarse en sus estudios debido a todas
las actividades extracurriculares que realizaba. Mateo, siendo más organizado y
centrado, la ayudaba a estudiar para sus exámenes. Pasaban horas en la
biblioteca, él explicando conceptos y ella haciendo preguntas. Estas sesiones
de estudio se convirtieron en otro de sus momentos favoritos juntos, donde podían
compartir más de sus pensamientos y sueños.
Y
entonces llegó San Valentín.
El primer San Valentín que pasaron juntos fue especial por muchas razones. Mateo,
siendo el hombre atento y detallista que era, había investigado sobre los
gustos de Alejandra para hacerle un regalo único. Recordó una conversación que
tuvieron en una de sus primeras salidas, cuando Alejandra le habló de unos
chocolates raros que solía comer de niña. Eran chocolates artesanales,
hechos por una pequeña pastelería en su ciudad natal, y desde entonces, habían
desaparecido del mercado, convirtiéndose en un recuerdo nostálgico de su
infancia.
Lo
que Alejandra no sabía era que Mateo había buscado esos chocolates
durante semanas, contactando a personas que conocían la receta y hasta
rastreando antiguos vendedores para conseguir una caja de los preciados dulces.
Cuando llegó el día de San Valentín, Alejandra se sorprendió al ver la caja en
las manos de Mateo. Eran los chocolates que tanto amaba, aquellos que solo
había comido en su niñez y que pensaba que nunca volvería a probar.
—¿Cómo
los conseguiste? —preguntó Alejandra, con los ojos brillantes de emoción.
Mateo
solo sonrió y le dijo que había hecho todo lo posible porque quería que ese
primer San Valentín juntos fuera especial. Alejandra se conmovió hasta las
lágrimas y supo, en ese momento, que Mateo no era solo su novio. Él era su
compañero de vida, alguien que entendía sus pasiones, sus nostalgias, y que
siempre haría lo posible por verla feliz.
Desde
entonces, cada San Valentín se convirtió en una tradición para ellos. Mateo
encontraba esos raros chocolates, y ambos los disfrutaban juntos,
compartiendo ese momento como una pareja que sabía que había algo más profundo
que los unía.
Cuando
los recuerdos de Alejandra terminaron de fluir en la mente de Alejandro, fue
como si el mundo se detuviera por un momento. Las imágenes de su vida con Mateo,
desde el primer encuentro hasta sus tradiciones de San Valentín, quedaron
impresas en su conciencia. Sentía una mezcla de confusión, nostalgia y...
¿amor? ¿Amor por Mateo? Era como si cada recuerdo lo acercara más a la
persona que alguna vez fue. Se quedó en silencio, sin palabras, abrumado por lo
que acababa de experimentar.
Pero
entonces, algo lo atrajo de nuevo a la realidad: el chocolate. Sin
pensar, tomó otro de los chocolates que Mateo le había ofrecido, y al dar el
primer mordisco, los recuerdos se consolidaron aún más. La
transformación no solo era física, ahora también estaba alcanzando su alma, su
identidad.
La
historia continúa mientras la transformación de Alejandro finalmente llega a su
fin. Alejandra, ahora completamente en su forma femenina, ya no puede negar
quién es. Su mente, cuerpo y recuerdos están alineados, y la persona que solía
ser —ese lado masculino que habitaba en su interior— ha desaparecido. Ella es Alejandra,
tal como siempre lo había sido.
Alejandra
miró sus manos, reconociendo la feminidad que irradiaba de ellas, su cabello
largo, su cuerpo transformado, todo encajaba. Pero entonces, un sentimiento que
había estado enterrado en su mente resurgió con una intensidad que no pudo
ignorar. El día de San Valentín. Todo lo que había estado esperando,
todas las expectativas que tenía, y el hecho de que Mateo... lo había olvidado.
La
ira mezclada con amor y frustración
empezó a hervir en su interior. Recordaba claramente cómo había pasado los
últimos días preguntándose qué haría Mateo este 14 de febrero, si volvería a
sorprenderla con algo más especial que los chocolates. Había soñado con una
noche romántica, tal vez una cena lujosa, o incluso un paseo bajo las
estrellas. Pero lo único que había recibido hasta ahora era una caja de sus
chocolates favoritos. Eran deliciosos, sí, y tenían un valor sentimental
inmenso, pero... ¿Eso era todo?
Con
los recuerdos tan vívidos en su mente y las emociones a flor de piel, Alejandra,
ahora totalmente consciente de su identidad y relación con Mateo, no pudo
contenerse más.
Se
levantó de un salto, mirando a Mateo con los ojos entrecerrados. El
pobre chico ni siquiera sabía lo que estaba por venir.
—ESPERA
—exclamó Alejandra, su voz sonando firme y decidida—. ¿DE VERDAD CREES QUE
SORPRENDERME CON MIS CHOCOLATES FAVORITOS COMPENSARÁ EL QUE TE HAYAS OLVIDADO
DEL DÍA DE SAN VALENTÍN? —Las palabras salieron casi en un grito, cargadas
de frustración y decepción—. ¡LLEVAMOS TRES AÑOS SALIENDO, IMBÉCIL!
Mateo,
completamente sorprendido por la intensidad de su reacción, retrocedió un paso.
Había esperado un poco de molestia, pero no esta explosión de emociones. Aun
así, su expresión se suavizó. Sabía que Alejandra tenía razón, y en el
fondo, entendía por qué se sentía así.
—DIJE
QUE LO SENTÍA —respondió Mateo, levantando las manos en señal de rendición.
Aunque estaba acostumbrado a los cambios de humor de Alejandra, este le tomó un
poco por sorpresa, especialmente con todo lo que acababa de suceder. Pero no
podía culparla, después de todo, había olvidado un día importante.
Alejandra,
sin embargo, no iba a dejarlo pasar tan fácilmente. Aun con los brazos cruzados
y el ceño fruncido, sabía que Mateo estaba arrepentido, pero no lo dejaría
escapar tan rápido. La frustración seguía presente, pero también el
cariño que sentía por él. Porque a pesar de todo, Mateo siempre había sido su
persona favorita en el mundo.
—LO
QUE SEA —dijo, rodando los ojos con un gesto dramático que solo ella podía
hacer sin perder el encanto—. ME VAS A INVITAR A ESE LUJOSO RESTAURANTE ESTA
NOCHE. TIENES QUE COMPENSARLO. —Su voz era autoritaria, pero con un toque
juguetón, como si ya supiera cuál sería la respuesta de Mateo.
Mateo
sonrió, sabiendo que Alejandra no podía estar tan enojada por mucho tiempo. Ella
era así, intensa y apasionada, pero también tierna y comprensiva cuando las
cosas se calmaban. Se acercó lentamente y tomó su mano, apretándola suavemente
mientras la miraba con una mezcla de disculpa y cariño.
—DE
ACUERDO, CARIÑO —respondió Mateo, con una sonrisa de medio lado, ese gesto
que siempre lograba derretir el corazón de Alejandra—. Lo que tú quieras.
Alejandra
soltó un suspiro, aún pretendiendo estar molesta, pero en su interior, ya sabía
que había ganado la batalla. Sabía que Mateo haría lo que fuera por ella,
y esa era una de las cosas que más le encantaban de él. Aunque a veces
cometiera errores, siempre encontraba la manera de enmendarlos y demostrarle lo
mucho que la amaba.
Con
un leve sonrojo en las mejillas y una sonrisa que trataba de ocultar, Alejandra
tomó otro chocolate de la caja, dándose el lujo de disfrutarlo lentamente.
Después de todo, esa noche sería especial, y aunque Mateo había olvidado
inicialmente el Día de San Valentín, estaba segura de que haría todo lo posible
para que lo compensara.
Mientras
Mateo y Alejandra seguían su pequeña discusión, una figura observaba desde
lejos, oculta entre las sombras de los árboles cercanos al campus. La bruja,
una mujer enigmática de ojos profundos y oscuros, miraba atentamente la escena
con una sonrisa sutil en su rostro. Sus largos dedos jugueteaban con una
pequeña joya que colgaba de su cuello, mientras sus pensamientos viajaban hacia
los eventos que habían llevado a ese momento.
La
bruja había sido contactada por Mateo meses atrás. Un joven desesperado, perdido en su
dolor tras haber perdido a su novia en un trágico accidente. Mateo había estado
consumido por la tristeza, incapaz de seguir adelante, aferrándose a los
recuerdos y sueños rotos de lo que había sido su relación. Y entonces, en su
desesperación, había buscado la ayuda de la misteriosa bruja.
Ella
le había prometido lo que nadie más podría ofrecerle: una oportunidad para
recuperar a su amada. No del todo de la forma que Mateo había imaginado, pero un
cuerpo nuevo, lo más parecido posible, y una forma de devolverle el alma
perdida. Los chocolates que Mateo le había dado a Alejandra no eran simples
dulces; estaban impregnados con la esencia de la antigua novia de Mateo,
una poderosa magia que transferiría su alma al cuerpo adecuado.
Alejandra,
o más bien el cuerpo andrógino que una vez fue Alejandro, había sido
elegido cuidadosamente. La bruja sabía que su hechizo funcionaría mejor en
alguien que ya albergaba tanto lo masculino como lo femenino en su apariencia y
comportamiento. El chocolate mágico no solo había transformado el cuerpo de Alejandro
en el de la chica que Mateo amaba, sino que había traído de vuelta los
recuerdos y la esencia de esa mujer, que ahora vivía de nuevo en la forma
de Alejandra.
Desde
su escondite, la bruja vio cómo Alejandra seguía fingiendo enojo con su
actitud tsundere, exigiendo una cena lujosa como compensación. Pero también
notó cómo, en lo más profundo de sus ojos, la dulzura y el amor por Mateo
seguían allí. Aunque los recuerdos habían sido restaurados, aunque el alma
había sido transferida, algo en la forma de ser de Alejandra seguía siendo
diferente. Era como si una nueva vida se hubiera tejido a partir de los
hilos del pasado, una mezcla de la chica que Mateo había amado y la nueva
persona en la que se había convertido.
La
bruja sonrió con una mezcla de satisfacción y melancolía. El hechizo había
funcionado, el trato había sido cumplido, pero siempre había algo más en
la magia. Sabía que los sentimientos entre Mateo y Alejandra no serían
exactamente los mismos que antes, pero eso estaba bien. La magia no recreaba
el pasado a la perfección, sino que lo transformaba en algo nuevo, algo que
los dos tendrían que descubrir juntos.
Mientras
Alejandra cruzaba los brazos fingiendo estar molesta, Mateo seguía
pidiéndole perdón, claramente dispuesto a hacer todo lo que fuera necesario
para arreglar las cosas. No importaba cuántas veces Alejandra le lanzara un
reproche o le hiciera una exigencia, él seguía allí, firme, decidido a
ganarse su perdón.
La
bruja, desde la distancia, se permitió una risa suave, casi inaudible. El
joven Mateo había encontrado lo que buscaba, pero también lo que
necesitaba: una nueva oportunidad de amar, no con los fantasmas del pasado,
sino con una versión renovada, llena de vida, que seguiría retándole y amándole
a su manera.
Y
Alejandra, ahora con el alma de la antigua novia de Mateo dentro de su nuevo
cuerpo, estaba aprendiendo a amar de nuevo, pero desde su propia perspectiva.
Sus memorias habían regresado, pero la nueva vida que llevaba como Alejandra
le daba una perspectiva diferente. Era más que solo un eco del pasado, y
lo sabía.
La
bruja, satisfecha con su trabajo, se dio media vuelta. Sabía que su
intervención no sería descubierta, pues Mateo nunca podría comprender
completamente lo que había sucedido. Para él, Alejandra era su amada, con
pequeños matices diferentes, pero seguía siendo la chica que amaba. El
hechizo seguiría funcionando, sus vidas continuarían, y la magia cumpliría
su propósito.
Mientras
Mateo y Alejandra continuaban su caminata, discutiendo suavemente sobre los
planes para la noche, la bruja se desvaneció en la oscuridad, dejando solo un
suave eco de su risa en el viento.
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